Falta
poco para conmemorar el 400 aniversario de un luctuoso hecho histórico que sucedió
en Oropesa, poniéndola al borde de su desaparición, y en trance de acabar con aquella
repoblación de 1589, a duras penas restablecida en 1611, dejándola nuevamente en
localidad fallida, sin presente ni futuro, como resultado de la desolación y
mortandad de aquel día.
Poblamientos
y despoblamientos que en dolorosa sucesión nos da una constante, quizá
ignorada, seña de identidad como población: la
obstinada tenacidad de sus habitantes por arraigarse y prosperar contra todo
pronóstico y a pesar de toda contrariedad adversa. Basta repasar el pasado de nuestra Villa en
estos siglos XVI al XXI para denotar el esfuerzo de sus habitantes por
sobreponerse a la dificultad y la desgracia ocasionada tanto por enfermedad o
guerra como por la escasa vialidad económica de sus recursos que la mantienen
siempre débil, con escasa demografía y en tan pobre subsistencia que solo podía
subvenir a sus necesidades con la sola ayuda de sus propios medios y trabajos
agrícolas no siempre suficientes.
El
relato de lo que aconteció en aquella trágica jornada se ha rodeado de cierta
leyenda que anida entre la
población: que si los jóvenes estaban fuera
recogiendo juncias y ramajes para adornar la población en sus fiestas
patronales, que si la imagen fue dañada y recompuesta con gran habilidad y
“paciencia” por las monjas de un convento valenciano y de ahí cambiaria su
advocación, etc. etc., nada de eso está probado, ni nada de eso se deduce de
los informes coetáneos en relato y noticia del ataque. De hecho no hay
referencia a ninguna imagen religiosa concreta sino al desagravio por las
sagradas formas que se encontraron desparramadas por el suelo quizá arrojadas
más por robar la arqueta que las contenía más que por ultraje consciente aunque
la connotación religiosa está siempre presente en los conflictos de esa época; El Consejo de Aragón informa al rey Felipe III
en 2 de octubre del suceso, relatándole con detalle la lucha y expresa:“ha sentido como es razón este suceso, y
lastimado le que pereciese en él tanta gente y pobre y miserable y sobre todo
que se profanase la iglesia con tanta irreverencia del santísimo sacramento y
tal maltrato de las santas imágenes…”
…Está la Villa tan despoblada, como es notorio después que
capturaran los moros de la Mar casi a todos los vecinos, que acudiendo, como
acudían, los que son soldados a la guarda de las torres, los pastores a sus
ganados y los que tienen tierras que cultivar al cuidado de ellas, queda la
Villa casi del todo despoblada, muchas veces y cuando mucho hay de 4 a 5
personas en ella, porque solo son 17 los que permanecen…
Durante el siglo
siguiente el vecindario apenas supera la centena de habitantes y solo llegará
al millar con el inicio del XX, para estabilizarse en los 3.000 a su final. El
censo inflará de forma anómala a un máximo de 11.000 habitantes en la primera
década del XXI para disminuir desde entonces.
El presente
de Orpesa es peculiar ya que su aparente crecimiento es tan solo un postizo
añadido de arraigo vecinal dudoso o al menos con apariencia de eventual por
razones fortuitas o de conveniencia, sin garantía de permanencia y continuidad
residencial. En efecto, aunque su censo
vecinal ronda los 9.000; esto es consecuencia de esa población sobrevenida, en
su mayor parte por emigración laboral que está compuesta casi a partes iguales
de rumanos y norteafricanos que, por si sola, supone un 50 % de la población y
del otro 50% solo podemos constatar que si descontamos la parte que procede de
aquellos jubilados que proviene de una 2ª residencia anterior nos queda una
Oropesa real no muy diferente al número que ya había en la última década del XX
lo que apunta a que la efeméride apenas es conocida, ni sentida como propia,
por menos de una cuarta parte de los habitantes presentes.
Como todo, en
España lo que debiera ser causa de unión y de cohesión social se convierte en
factor opinable y de confrontación; dividiéndose la gente en fragmentos
irreconciliables con debates estériles y frustrantes que abortan toda
iniciativa malográndola ya desde su propuesta. Unos centran la efeméride solo
en el plano religioso abundando en el lirismo hacia la imagen de la Virgen y
enfatizando todo bajo el tipismo y costumbrismo floral; otros, precisamente por
ello, por beligerancia o prejuicio ante cosas de iglesia, se despegan y
distancian de toda evocación o rememoración histórica sin saber entender que
todo enfoque tiene cabida dentro del contexto histórico siempre que forme un
conjunto con otras visiones; hay botarates que lo enfocan desde la perspectiva
del juego lúdico-festero convirtiendo el desembarco pirata en ocasión divertida
de chapuzón playero donde banalizar el drama, glorificar a los agresores por
idealización pueril simpática de los agresores e ignorar a las víctimas. (Hay mentecato para quien la carnavalesca pantomima
disfrazada de moros y cristianos en sus filas de pasacalle comic- fantasioso es
como ambiente o reconstrucción histórica)
Súmese a todo
el panorama los indiferentes, que son ajenos a todo porque nada les motiva ni
da sentido de pertenencia y orgullo por formar parte de una colectividad y
comprenderéis porque la ocasión se perderá entre el disparate y la nonada quizá
porque no damos más de sí y hablar de señas de identidad que aglutinen a la
gente no entra en el concepto evento y fiesta o atractivo turístico.
Arsa pilili, que grasia tié la cosa: las festeras con
sombrero cordobés, todos en pasacalle delante de la banda, reparto de coca, moscatel
y chocolate, castillo de fuegos p’a los forasteros y verbenas o disco-móvil p’a
la juventud.